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Luis Cardeña Gálvez
27/05/2010
FERENC PUSKAS.
 
Foto ilustrativa del artículo
 

FERENC PUSKAS


El matrimonio entre el pie y la tierra

Bernard Morlino: “Retratos legendarios del fútbol”. Editorial Edimat, 2009



En los años 50, ningún niño hubiese osado pasearse luciendo en la espalda un apellido que no fuese el suyo, incluso aunque este fuese el de un mariscal imperial. El militar del Honved de Budapest se daba más maña para rematar un partido que para reducir al enemigo. Cuando vemos sus estadísticas, nos preguntamos si no se trata de ciencia ficción: tantos goles como partidos de selección. Desde su llegada al Real Madrid, con 31 años, marcó 236 tantos en 261 partidos. El barrigón del “Mayor galopante” hacía las veces de amortiguador cuando un adversario trataba de detenerlo. Movía más la pelota que su propio cuerpo, pues sólo la tocaba menos de dos minutos por partido. Suficiente para organizar el caos a su favor. A semejanza de Picasso, gozó de varios y variados periodos durante su carrera.

De entre todas sus apariciones, dos merecen el calificativo de históricas. La primera, que tuvo lugar el 25 de noviembre de 1953 en Wembley, cuando el ataque húngaro barrió a una Inglaterra que jamás había conocido la derrota en su propio terreno, los magiares del Once de Oro dejaron a 100.000 ingleses con la boca abierta. El 4-2-4 enterró al reputado “WM”, que cayó en desuso con sus pases demasiado evidentes. El tanto más bello lo marcó Puskas en el minuto 24: regatea ante el capitán Billy Wright y disparo a la escuadra. Tras la derrota, seis integrantes del equipo de la “Pérfida Albión” decidieron que no volverían a jugar con los colores de su patria. Puskas era el mejor jugador del mundo, un Balón de Oro antes de tiempo. Y de entre todos sus conciertos en opus mayor, ¿cómo olvidar aquel del 18 de mayo de 1960, en Galsgow, ante 135.000 escoceses atemorizados por la suerte de su equipo predilecto? El dúo Puskas-Di Stéfano, aquellos Lennon y McCartney del Real Madrid, dejó su huella en todas y cada una de las acciones. El resumen del partido de fe de sus hazañas: 7 goles entre los dos contra el Eintracht Frankfurt, en la final de la Copa de Europa (7-3). Puskas llegó a la meta en cuatro ocasiones. En los vestuarios, Puskas y Di Stéfano no se dirigían la palabra: en el terreno de juego, sus actuaciones no pasaban desapercibidas.

Entre 1950 y 1954, la Hungría de Puskas marcó 142 goles, frente a 30 recibidos, repartidos en 27 victorias y 4 derrotas. Puskas no se tomó bien que su país comunista no ganase la Copa del Mundo del 54 contra los alemanes, quienes, además, le lesionaron a propósito durante la primera fase en la que perdieron con un pobre 3-8.

Puskas era tan incontrolable, que el central Liebrich le lesionó, con lo que el líder de los húngaros se vio obligado a abandonar el terreno. Aún lesionado, el zurdo hizo todo lo que estuvo en su mano durante la final, llegando a marcar un tanto que, equivocadamente, se le anuló con la excusa de un fuera de juego inexistente. Así, a un partido que Hungría hubiese debido ganar 3-2, se le dio la vuelta de manera que en el último minuto, el resultado fuese el contrario. La FIFA prefirió el triunfo de Alemania, cuyo orgullo nacional renacería a manos de esta victoria de posguerra. Dos años más tarde, Puskas aprovechó un partido que se disputó en el extranjero para negarse a volver a Budapest, tras la masacre de sus habitantes a manos de tanques soviéticos. Bajo el impedimento de desarrollar su carrera en Europa, Puskas, Kocsis y Czibor comenzaron a jugar partidos de exhibición en Sudamérica. El apátrida acabó por unirse al Real Madrid, donde encontró una segunda oportunidad. Al término de su etapa madridista y convertido ya en entrenador, tuvo de nuevo en sus labios la miel de la victoria con la Copa de Europa 1971, con el Panathinaikos de Atenas frente al Ajax de Amsterdam, quien finalmente se alzó campeón. Hubo cese de poderes: ese día, Johan Cruyff I sucedió a Ferenc Puskas I. Si Di Stéfano y Pelé venían de América del Sur, estos otros dos virtuosos habían salido de la vieja Europa. Nos hacían soñar sin el toque exótico. Estos cuatro jugadores, junto con Maradona, conocían los entresijos y la ciencia del juego. Estos genios renovaron una religión que cuenta con muchos predicadores y pocos fieles. Que Dios les bendiga. En cuanto a Puskas, ya era demasiado tarde. Su familia se vio obligada a vender los trofeos del campeón, para poder curarle del alzhéimer que sufría. ‘Öcsi’ (hermanito) no volvió a su pasí hasta el año 1981. Durante su exilio, de un cuarto de siglo, ayudó a un buen número de refugiados políticos. “También en la vida fue un número 10”, diría Di Stéfano. El húngaro puede estar orgulloso de ser el único jugador del mundo capaz de asustar al guardameta aún a 40 metros de la portería. Tras los partidos, jugueteaba con una servilleta mojada, incapaz de dejar de inventar numerosos retos.


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