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EL MUNDIAL               + artículos -->

Luis Cardeña Gálvez
4/03/2010
INGLATERRA 1966.
 
Foto ilustrativa del artículo
 

INGLATERRA 1966


Julio Maldonado, ‘Maldini’: “De la Naranja Mecánica a la Mano de Dios”. Editorial Planeta, 2006



La cuna del fútbol por fin acogió un Mundial. Brasil era la indiscutible dominadora del juego por los dos títulos consecutivos obtenidos y por lo que sus jugadores eran capaces de hacer con el balón. La tendencia de la dureza en el juego seguía al alza y en el horizonte se divisaba uno de los clubes que más la practicó: el Estudiantes de La Plata de Carlos Pachamé.

El Mundial en la cuna del fútbol y la Santísima Trinidad

Sir Stanley Rous, presidente de la FIFA, que había relevado en el cargo a Jules Rimet, puso todo el empeño que le facilitaba su cargo para que el Mundial del 66 se disputara en Inglaterra. Así que no podía ser de otra manera y la cuna del fútbol acogió el evento. Muchas fueron las quejas sobre las actuaciones arbitrales, hasta el punto de que un árbitro holandés, Leo Horn, convirtió a Stanley Rous en la Santísima Trinidad: “la FIFA está controlada por tres personas: Sir, Stanley y Rous”.

Una mujer en la cuenta del hotel de Brasil

Los brasileños, defensores del título, hicieron una concentración previa en Sao Paulo antes de partir para Inglaterra. Al término del ‘stage’, el tesorero de la delegación, Carlos Nascimento, fue a pagar la factura del hotel y se encontró con unos gastos que no le cuadraban: los de una mujer. Tras discutir con la dirección del hotel, uno de los recepcionistas dijo que los gastos pertenecían a una mujer que se había alojado con el portero brasileño Manga: “Como usted me dijo que era el responsable de la delegación incluí los gastos en la cuenta general porque ella estaba a disposición de Manga y Manga forma parte de su grupo”. Carlos Nascimento fue a hablar con Manga y éste tuvo que correr con los gastos de la señorita, que no aparecía en ninguna lista de convocados de la selección brasileña.

Preso de sus palabras

Alf Ramsey fue designado como seleccionador inglés en 1963, cuando era entrenador del Ipswich Town. Hasta el club se desplazó la prensa para preguntarle sobre el cargo y las primeras palabras que dijo fueron: “Inglaterra será campeona del mundo”. Con el tiempo, Ramsey confesó: “Dije lo primero que se me vino a la cabeza y fui presa de esas palabras durante tres años. La prensa inglesa no paraba de repetirme esas palabras y yo no dormía pensando en ellas. Quizá me vino bien, porque yo mismo tuve que empezar a creerme que seríamos campeones del mundo”.

Como en un campo de concentración

Stalag Lillieshall se llamaba el lugar de concentración de la selección inglesa, nombre que sonaba a campo de concentración nazi. Y las órdenes de Ramsey a sus jugadores ayudaban a completar esa impresión: “Os espera un periodo ininterrumpido de prácticas y trabajos. Sin escapadas al exterior. Si a alguno se le ocurre escapar a tomarse una copa, será expulsado del equipo sin contemplaciones. A todo aquel que no se siente en condiciones de soportarlo, se le invita a decirlo ahora y a retirarse a tiempo, sin rencor”.

Parodia de las celebraciones

El periódico de Hamburgo ‘Die Welt’ hizo una interpretación de los goleadores de este Mundial: “Algunos actuaron como atacados por el mal de San Vito. El maestro de ese ballet fue el mexicano Enrique Borja. Cuando anotó su gol contra Francia, pegó un salto al tiempo que los brazos en alto comunicaban su conquista a los dioses. Luego se arrojó al suelo y golpeó la hierba con los puños para comunicarles a los mineros ingleses que había marcado. El espíritu del campeón de salto de altura rudo, Valery Brummel, parecía acompañar a sus compatriotas que, cada vez que marcaban un gol, establecían un nuevo récord del mundo de la especialidad. Los brasileños, por su parte, derribaron al compañero que marcó el gol y se arrojaron sobre él para erigir un mausoleo futbolístico viviente: debajo yace un héroe nacional. Los italianos también están entre los que muestran más fervor. Se alinean en silencio, toman la cabeza del autor del gol y la besan con un gesto de distinción similar al de un estadista francés después de firmar un pacto de amistad”.

El perro que ridiculizó a Scotland Yard

A pocos días del comienzo del Mundial, la Copa Jules Rimet despareció del Centre Hall de Westminster, donde estaba expuesta junto a una colección de sellos. La conmoción sacudió a todo el campeonato y puso en entredicho la eficiencia de Scotland Yard, que detuvo al ladrón, pero no logró sonsacarle el lugar en el que había guardado a estatuilla. Más todavía cuando fue un perro el que encontró el trofeo en un jardín de las afueras de Londres. El perro, de nombre ‘Pickles’, y su dueño, David Corbette, entraron de esta manera en la historia de los mundiales. Hubo quien quiso nombrar como director de Scotland Yard al can, que fue recompensado con comida de por vida por una marca de alimentos caninos. También las parciales actuaciones de los árbitros provocaron que los argentinos, tras su partido con Inglaterra, a la sustracción del trofeo la llamaran “el otro gran robo”.

La expulsión de Rattin

Argentina, cuya concentración fue un polvorín por temas de convivencia –se concentró el mes de febrero-, se descubrió como el tapado del torneo. Tuvo que viajar un directivo para apaciguar los ánimos entre la plantilla y el entrenador, Juan Carlos Lorenzo, del que decían que, tras varios meses gritando a los jugadores, éstos ya no aguantaban ni el sonido de su respiración. La primera petición del directivo fue que el técnico bajara el tono de voz.

En cuartos de final se enfrentaban a los ingleses y la prensa se cebó con el defensor Albrecht por una tremenda entrada al alemán Weber. Sí, la famosa patada, que el propio jugador argentino, perteneciente al marrullero Estudiantes de La Plata, definió así: “Quería saber cómo era un alemán por dentro”. Los argentinos esperaban una encerrona y se la encontraron cuando el colegiado alemán Krietlein expulsó a Rattin por protestar e insultarle. En realidad, el jugador argentino había pedido un traductor para que le explicara por qué había señalado una falta, pero el colegiado lo mandó a la ducha. Rattin se negaba a abandonar el campo y no paraba de repetir que el árbitro no le había entendido, que sólo quería un traductor, tal y como se había acordado en el vestuario con el propio colegiado. Krietlen, que estaba bien adiestrado por Stanley Rous, justificó la expulsión: “Vi que ponía mala cara y entendí que me estaba insultando”. A la explicación le sacó punta un periodista brasileño de televisión: “Es un precedente funesto para Brasil, pues si el árbitro expulsa porque no le gusta la cara de un jugador, los brasileños son tan feos que sólo Bellini podría salvarse”.

Las patadas valieron más que nunca

Este Mundial se caracterizó, además de por los escándalos arbitrales, por la dureza extrema y consentida. Pelé fue el que pagó las consecuencias. En el primer partido de la primera fase ante Bulgaria, el seleccionador búlgaro le encomendó a Jetchev que le parara por lo civil o por lo criminal, y éste cumplió con la segunda opción. Le dejó dolorida la rodilla y no pudo jugar ante Hungría el segundo partido, que terminó con victoria húngara (3-1). El tercer partido del grupo decidía si a los cuartos de final pasaban los brasileños. Reapareció Pelé, pero el portugués Morais salió con las mismas instrucciones que Jetchev y con una doble patada lo dejó fuera de combate. Portugal venció (3-1) y la imagen de Pelé en camilla resumió el Mundial en el que las patadas valieron más que nunca.

Los dobles coreanos y un dentista humillaron a Italia

Corea del Norte se presentó en el Mundial como la nota exótica, pero su imagen cambiaría con el devenir del torneo. Cayeron derrotados en su primer partido ante la URSS (3-0) y hubo burlas por la diferencia física entre los menudos coreanos y los metálicos gigantes soviéticos.

A Chile ya empezaron a sacarle los colores (1-1), pero una de las bombas de toda la historia de los mundiales estalló en Middlesborough, donde eliminaron a Italia (1-0). El gol lo consiguió Pak Doo-ik, militar y dentista, que dejó a los italianos con un dolor de muelas del que aún siguen acordándose cada vez que van a un Mundial. Los italianos, humillados, hicieron correr el bulo de cierto truco de los coreanos. Les había sorprendido la velocidad a la que se movían y su incansable correr durante los noventa minutos, por lo que justificaron su derrota en parecido físico de los coreanos, a los que acusaron de cambiar jugadores en el descanso porque as similitudes faciales hacían imposible su detección.

Vittorio Pozzo, seleccionador italiano y campeón del mundo en 1934 y 1938, fue más rotundo y criticó el vedettismo de un fútbol que ya era considerado el de los millonarios: “Los italianos ya no saben qué significa luchar por una camiseta o por un país”.

Las manos sucias de Bobby Moore

La final la disputaron Inglaterra y Alemania, y el recuerdo de la Segunda Guerra Mundial hizo acto de presencia en los días previos. Fue un partido emocionante, marcado por el tanto fantasma de Hurst, un remate que, tras pegar en el larguero, botó un palmo por delante de la línea de gol. La televisión y las fotografías demostraron con el tiempo que el balón no había entrado, pero el gol subió al marcador y puso por delante a los ingleses en la prórroga (3-2). Hurst hizo también el 4-2, y la cuna del fútbol ganó su Mundial. Bobby Moore fue el encargado de recoger la copa y tuvo un ataque de vasallaje cuando fue a recibirla de manos de la reina Isabel: “Tenía que recibir la copa de manos de la reina y tenía las manos sucias, qué vergüenza”. Y Moore no encontró mejor sitio para limpiarse que el terciopelo que cubría el poyete del palco.

La historia subastada y las huellas de Charlton

Tres años después de que Inglaterra se adjudicara el Mundial apareció en los diarios de Londres un anuncio: “Por una módica cantidad, usted puede ser propietario de un trozo histórico del estadio de Wembley”. La subasta corrió a cargo de una institución caritativa y salieron a la venta 20.000 porciones de diecinueve centímetros por doce. Los más caros eran los retales que tenían marcados los tacos de Bobby Charlton, Jimmy Greaves y Bobby Moore.


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