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Luis Cardeña Gálvez
6/06/2018
Y EL RECUERDO LARGO.
 
 

Y EL RECUERDO LARGO


Javier Marías: “Demasiada nieve alrededor”. Editorial Alfaguara, 2007



A mediados de enero nos reunimos en Berlín, invitados por el Comité Cultural del próximo Mundial de Alemania, unos cuantos escritores europeos aficionados al fútbol, y durante tres jornadas, a veces acompañados por ex-jugadores, árbitros, federativos y hasta la estrella local del fútbol femenino, Nia Künzer, hablamos de manera algo artificial del deporte que más nos gusta. La manera natural es otra, y no se diferencia en nada de la de cualquier otro aficionado, de la profesión que sea. Es más, conté cómo en un par de ocasiones apuradas (cuasi atracos, cuasi reyertas, cosas normales en ciudad tan pendenciera y bronca como Madrid), saber de fútbol y ser capaz de hablar de él de manera natural había convertido esos malos lances en charlas poco menos que amistosas. La noche en que el Real Madrid perdió ante el Milán por 5-0, hace ya muchos años, hube de salir tarde, y un tipo patibulario me pidió dinero en la calle, con malos modos, y además una cantidad concreta, y además no exigua. Eché mano al bolsillo confiado en sacar el billete adecuado, pero era evidente que la navaja estaba a punto de brillar si no o hacía, y de llevarse algo más importante: y mientas buscaba se me ocurrió decir: “Joder, vaya noche, primero lo del Madrid y ahora esto”. Fue un comentario arriesgado, porque el sujeto podía haber sido del Atleta y haberme atravesado. Pero tuve suerte: el hombre también había padecido delante de la televisión y, tras compartir nuestras cuitas, se conformó con lo que se llamaba “la voluntad” antiguamente: “Nada, nada, lo que te venga bien dejarme”.

Entre los escritores estaban el húngaro Esterházy, los suecos Mankell y Enquist, el inglés Tim Parks, el italiano Riccarelli, y estaba previsto el polaco Kapuscinski, ausente al final por convalecencia. En algún momento se reconoció la muy escasa literatura que hay sobre los futbolistas, lo mismo que el escaso cine, a diferencia de lo que sucede con los boxeadores, por ejemplo. Yo supongo que es debido al carácter tan colectivo del juego, y también a algo indudable: las películas o libros más o menos biográficos de deportistas, actores, cantantes, compositores y artistas en general suelen ser plomíferos, y responden a un patrón casi invariable: un inicio divertido que relata los primeros pasos del biografiado y su lucha por el éxito, una parte central de conflictos y envanecimientos, y una final a menudo deprimente, con el héroe convertido en piltrafa por culpa del desamor, el alcohol, las drogas o la decadencia profesional, y la consiguiente pérdida del favor del público. Recuerdo soporíferas películas sobre Schumann y Schubert, y Cole Porter (pese a ser Cary Grant quien lo encarnaba), y la cantante Gertrude Lawrence, e Isadora Duncan, y Picasso, y más recientemente sobre Cassius Clay y Ray Charles. Dudo que vaya a ver la que se estrena ahora sobre Johnny Cash, pese a ser un ídolo mío de juventud y madurez.

Y sin embargo los futbolistas, o los deportistas en su conjunto, tienen por fuerza un destino algo trágico. Se retiran como tarde a los treinta y tantos años, una edad juvenil hoy en día, y a la que los escritores suelen ser aún “promesas”. Ha habido entre éstos numerosos casos de enorme fama más tarde desaparecida sin rastro, como entre los demás tipos de artistas. Nadie les asegura el talento a lo largo de la vida entera, y menos aún la fidelidad de los lectores o espectadores, que se cansan pronto. Pero al menos tienen la posibilidad de conservar ambas cosas hasta la vejez extrema. Un futbolista, por el contrario, sabe que no será nunca más de lo que ya fue. Y aún más inquietante: de la mayoría no volvemos a saber nada, una vez abandonan los terrenos de juego. Los que se convierten en entrenadores y siguen en el candelero son una minoría. Aún más escasos los que pasan a ser dirigentes, como Beckenbauer o Hoenness o Butragueño, al que produce cierta melancolía ver en un papel que no le cuadra, como da pena ver a Pelé de figurón en galas o a Maradona en plan locutor televisivo o activista político irreflexivo. Aún más lástima da saber que Puskas ya no reconoce a casi nadie, en su natal Hungría. Pero al menos de ellos algo se sabe, se va sabiendo. Sobre la inmensa mayoría, un gran silencio, roto sólo de tarde en tarde por una noticia trágica, como el suicidio de su compatriota Kocsis, hace ya muchos años, que triunfó en el Barça y acerca de cuya trayectoria “civil” he sentido siempre curiosidad, qué lo llevó a eso. Todos ocuparon portadas, fueron admirados y vitoreados, muchos aficionados vivimos semanalmente pendientes de sus hazañas y bendijimos sus nombres cuando marcaron algún gol decisivo. Hagan lo que hagan luego, los futbolistas están condenados, en plena juventud, a haber sido lo máximo en el pasado, y a un probable futuro olvido, lo cual es como decir que llevan en sus venas la melancolía. Todavía hay muchos escritores que los desprecian, porque les parece vulgar y detestan el fútbol. No se dan cuenta de que, como los héroes antiguos, todos los jugadores son gente novelesca, a su pesar: gente con apoteosis breve, y el recuerdo largo.

12-II-2006


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